Día 85. Ponerse triste.

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Hay que ponerse triste para escribir ciertas cosas. Buscar pedazos rotos dentro,  puertas que permanecen quebradas, días que aún duelen. Así no tengan nada que ver con la escena que escribo.

Es solo que necesito el dolor y no la historia de por qué está allí. La historia ya es otra.

Dia 65. Enamorarse.

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A veces creo que me voy enamorando. Eso no debe ser bueno. Me enamoro de David, porque usa una camiseta de Pink Floyd todos los santos días y no ha dejado de fumar desde que descubrió lo baratos que son los cigarrillos en Colombia. Me enamoro de Isabella porque nada que aprende cómo soltar pedazos de pasado y aun se pasa a la cama de su hermano menor cuando tiene pesadillas. Me enamoro de Tomás porque TODO el tiempo anda diciendo imprudencias y de Manuela porque solo se ríe cuando está con el.

A veces salgo de la ficción por unas horas, y allí esta la gente hablando de temas reales y yo quiero responderles cosas como «Si, eso también le pasa a Tomas cuando…» o «Isabella te diría que…»

Es lindo. Un poco triste también.

Día 20. La loca del café.

Han pasado varios días desde que escribí la última entrada. A veces no es fácil escribir entrada tras entrada sobre cómo no me he podido sentar a escribir tranquilamente, algunos días se me hace imposible admitir al frente de cualquier par de ojos que se pasa por aquí que no encuentro las fuerzas para escribir. No sé por qué, supongo que hay días más oscuros.

La semana pasada estuvo llena de días como esos, en los que quería solo ver capítulos de alguna serie en Netflix y dormir para siempre. Es tan irónico, tan ridículo, que tenga por fin el tiempo y el espacio para escribir que siempre soñé, y aún así algunos días siga sintiendo ganas de esconderme bajo la cama.

Pero desde el viernes pasado he tenido otro tipo de días, en los que no he podido parar de escribir. Entonces es mejor no determe, no distraerme escribiendo otra entrada del blog, sino seguir y seguir. Escribir 1.000 palabras diarias, reirme sola cuando Isabella (mi protagonista) está apunto de hacer algo imprudente o cuando David (mi otro protagonista) es un fracaso bailando reggaeton.

El viernes fue muy lindo. Pasé más de seis horas sentada en un café, escribiendo sobre momento en el que el amor aparece en la vida de dos personajes. Ese momento en el que nos preguntamos secretamente, y por primera vez, cómo será la vida junto al otro. No sé si sea posible entender para alguien que no escribe ficción, pero uno se enamora de sus personajes, casi como si fueran hijos.

Es lindo ser la loquita sentada en un café de Londres, sonriendo sola porque la protagonista de su historia es feliz.

Días 11 y 12. Cosas bonitas.

Él me abrazó con fuerza y me preguntó si me pasaba algo, intenté decirle que no pero era obvio que estaba diciéndole mentiras. Llevaba todo el día escondiéndome detrás de Netflix, evitando abrir el documento de Word. Él me preguntó de nuevo y yo escondí la cabeza dentro de la almohada. Se rió y me acarició el pelo.

“¿Qué pasó con la novela?”, preguntó.

Sin sacar la cara de la almohada, comencé a explicarle un poco.

Es bonito tener quién te acompañé en la escritura, que se siente tu lado en la cama y te pregunté si estás aburrida con la historia, o si estás escribiendo lo que soñabas con escribir. Que aprenda cuándo es seguro preguntar cómo vas y cuándo es mejor hablar de otras cosas. Que tenga la paciencia para entender que la mayor parte de tus problemas no son del todo reales. Es bonito tener a alguien que sonría cuando empiezas a saltar de la emoción por todo el cuarto porque tus dos personajes están a punto de darse un beso.

Es bonito tenerte a mi lado.

Días 9 y 10. Escribir desde tan lejos.

Londres es un resumen del mundo, eso me dijo alguien al oído. Yo creo que es verdad, en estos dos días han pasado por mi lado miles de posibles protagonistas de una novela.

Anoche, mientras caminábamos junto al Támesis mirando la abadía de Westminster y el Big Ben, pensé en lo extraño que era escribir una novela sobre una ciudad que tienes tan lejos. Escribir sobre Colombia, luego de ocho meses de imágenes de Inglaterra, parece imposible a primera vista. Pero fue aquí donde entendí que es igual de mágico caiga el sol a las 10 de la noche a que allá tengamos primavera el año completo. Eso como si ver los buses de Londres me ayudara a ver con más detalle los de Medellín, o ver las adolescentes británicas salir a rumbear un viernes por la noche me trajera las verdaderas imágenes de lo que es caminar por el Parque Lleras con tacones y pelo liso.

Hoy me senté a escribir durante varias horas en la biblioteca Británica y comencé a entender que ahora podía ver más claramente a mi ciudad porque tenía con qué contrastarla. ¿Será ese el sentido de viajar? ¿Entender que la mente mira más cerca las cosas cuando está más lejos de ellas?

Día 8. Preguntas.

¿Será que le puse el nombre equivocado a mi personaje principal? ¿Por qué últimamente estoy sintiendo que se llama de otra manera? ¿Será que estos dos personajes son realmente una sola persona? ¿Será que estoy usando demasiado la voz pasiva? ¿Será que hay demasiados diálogos? ¿será que hay muy poquitos diálogos? ¿mi personaje si oiría esta canción/ se pondría esa camisa/ diría esta frase? ¿será que está escena si tiene sentido con toda la historia? ¿Debería cortar esta escena? ¿debería alargar esta escena? ¿Algún día se van de la cabeza las mil preguntas y me dejan escribir en paz?

Día 7. Pensar

Hoy pensé tantas cosas.

Pensé que los buses de Bath son muy limpios, que las mujeres de Irán no deberían ser obligadas a ponerse el hijab, que la gente debería ser libre para ponerse un hijab si quiere, que el amor es algo demasiado complejo, que a veces la gente se cansa de que querer sea tan complejo, que la universidad no debería cerrar la cafetería en verano, que el verano en Inglaterra es algo imaginario porque aquí no hace calor nunca, que me tengo que ver Dos días en París y Orange is the new black, que las ovejas deben tener una vida muy pacífica ahí comiendo manguita todo el día, que debería irme a vivir a Londres, que no debería irme a vivir a Londres, que debería hacer un viaje por Asia a ver si entiendo un poco más al mundo, que quiero conocer New York, que no entiendo por qué nunca me llegó el National Insurance Number, que hay cosas que siempre te van a hacer falta, que faltan 10 días para el concierto de Taylor y yo soy una verguenza, que tomamos trago para recordar que la vida es una mierda y esa es la gracia de todo…

Hoy pensé tantas cosas y no escribí ni una sola palabra.

Día 6. Cómo emborrachar a un escritor

Querido lector de este blog quiero contarle que son casi las doce de la noche y llevo más catorce horas emborrachando a mis pobres personajes. Sí, dándoles trago como una irresponsable, y eso que son menores de edad. Todo empezó cuando mi tutor opinó (con mucha razón, debo decir) que el aguardiente parecía un elemento muy importante de mi novela y que por lo tanto debía emborrachar a mis dos personajes como Dios manda. Nada de dejar el momento en un par de parrafitos, no, no, no. Más bien volverlos cinco, diez, quince o las páginas que se necesiten para mostrar cómo es que uno pierde la virginidad de aguardiente.

Entonces llevo catorce horas (contando solo las de hoy, por que llevo con el tema del aguardiente algunos diitas más) pensando, escribiendo, tachando y volviendo a escribir sobre cuáles son los primeros recuerdos que uno tiene sobre el trago, cuáles son los gestos que hacen los adultos al tomarlo, cómo lo toman los más chiquitos, qué se siente en la garganta la primera vez que se pasa, y en el estómago, y en las cuerdas vocales, qué se siente la segunda, por qué decide uno tomarse el segundo trago si el primero supo a mierda….

Y después de catorce horas escribiendo sobre aguardiente, debo admitir la que me estoy empezando a emborrachar soy yo.

Día 5. Dónde sentarse a escribir.

García Márquez, o algún otro novelista, dijo alguna vez que para ser un buen escritor había que tener un buen culo, para pasarse muchísimas horas sentado escribiendo en la misma silla. Mi historia ha sido otra, esto de andar escribiendo una novela me está haciendo sacar es pierna pues me paso todos el día caminando de la casa a un café, a la universidad, a un parque, a otro café, buscando un sitio donde me sienta bien escribiendo.

A veces lo encuentro y es increíble, salen angelitos cantando aleluya alrededor mío y todas esas cosas. Pero puede pasar que al día siguiente voy al mismo lugar, a la misma hora, y no está la misma magia, entonces tengo que volver a empezar a caminar.

Hoy, después de mucho tiempo, logré escribir estando en casa. En mi cama, con la espalda contra la pared, pude trabajar la escena del aguardiente y empezar a enforcarla por dónde quería. Fue perfecto. Pero es mejor no jurarle amor eterno a ningún lugar, uno siempre se ilusiona y al siguiente día llega el despecho.